Oración enviada por xanitutinax hace 5 años
Aquel Señor que en el profundo cielo
Derramó sus magníficas estrellas,
Que lanzadas cual rápidas centellas
Pasan gloriosas con inmenso vuelo.
Aquel Señor que sumergió enojado
El Popocatepetl y el Himalaya,
Haciendo de la tierra un mar sin playa
Do el hombre criminal quedó anegado.
Hoy sin honor y pobre y desvalido,
En la cumbre del Gólgota tremendo,
Colgado de una cruz está muriendo
En medio de su pueblo enfurecido.
Hostigada la cólera del Padre,
Cual rápida corriente se desata
Y en su furioso vértice arrebata
Al discípulo, al Hijo y a la Madre.
Sin fuerzas, y sediento y desvelado,
Dios es la burla y risa de la gente,
A la izquierda y derecha un delincuente,
JESÚS en medio a cargo del soldado.
¡Ay de mí! cual estás, ¡qué diferente
Hoy te presentas del que ser solias;
Cuando allá en el Tabor resplandecías,
Cuando increpabas á la mar hirviente.
La tibia sangre y el sudor gotea,
El desamparo y la congoja crece;
Y el cuerpo desangrado se estremece,
¡Ay infeliz de la nación hebrea!
Los ojos vuelve al enojado cielo,
Los ojos, digo, pues las blancas manos,
Traspasadas con clavos inhumanos,
De moverse no tienen el consuelo.
Privado de su honor y de su gloria,
Para mas agravar su pesadumbre,
Repasa con amarga certidumbre
Del mundo ingrato la tremenda historia.
Y el Dios terrible, cuyo enojo espanta
La tierra, el mar y el anchuroso cielo,
Un solo palmo no encontró de suelo
En que apoyar su lastimada planta.
Entre el tormento que el verdugo emplea,
Entre la maldición y el alarido,
Murió por fin á su dolor rendido;
¡Ay infeliz de la nación hebrea!
Tiberio en tanto en la estruendosa Roma,
Entre el oro y la púrpura del solio,
Al orgullo del alto capitolio
Juntaba los placeres de Sodoma.
¿Como es que estás, Señor, tan humillado,
Tú cuya airada faz relampaguea,
Que si tocas un monte, el monte humea,
Que si tocas el mar, huye espantado?
¿Te has olvidado del honor divino
Que debe darte el hombre miserable?
¿Donde apagaste el rayo formidable?
¿Donde dejaste el trueno y torbellino?
¡Pueblo infeliz! ¿en que pudo ofenderte
Ese inocente de congojas lleno?
¿Ni qué mas pudo hacer un Dios tan bueno
Que por amor a ti sufrir la muerte?
Bebió por ti la copa de amargura,
Copa terrible que beber debías,
Y al tremendo patíbulo le envías
En premio de su amor y su ternura.
¡Espantoso deicidio, que horroriza
Al corazón mas duro y delincuente!
De horror se pone pálida la frente,
Y ei cabello también de horror se eriza.
Catón, rasgando con su propia mano
La misma herida que se dio en el pecho,
De su alma atroz manifestó el despecho,
No la virtud heroica de un romano.
Pero JESÚS, con ínclita grandeza
Entre la execración y los dolores,
Ruega por sus verdugos y opresores,
Y muere sin orgullo y sin vileza.
Ese que ves tan pálido y sin vida,
Desfigurado su semblante bello,
Con sangre endurecido su cabello
Y abierto el pecho con profunda herida:
Ese pobre que á fuerza de tormento
Ha espirado y a fuerza de pesares,
Vale mas que la tierra con sus mares,
Vale mas que el inmenso firmamento.
Vendrá tiempo en que príncipes y sabios
Doblen ante él sumisos la rodilla;
Y desearán con humildad sencilla
En sus sangrientos pies poner los labios.
Colocará su trono reluciente
Mas allá del cielo diamantino;
Y ante su rostro espléndido y divino
El querubín humillará su frente.
A sus pies pasarán con vuelo inmenso
Los brillantes luceros a millones
Que humildes le darán adoraciones
Entre el olor y el humo del incienso.
[Dr. Manuel del Carpió. Poeta Mejicano].
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