Oración enviada por xanitutinax hace 6 años
¡Qué azul el cielo azul! ¡Qué verde el árbol verde!
Yo no puedo, Señor, renunciar a mirarlos,
a contemplar la estrella tan cuajada en el cielo
que parece una gota de llanto suspendida.
¿Por qué tanta hermosura si nos roba los ojos
nublándonos tu vista? ¿Para qué tanto aroma
agudo y penetrante cual delicia secreta,
tanto vano incentivo que detiene y exalta?
Yo quisiera olvidarme del mar y sus senderos,
de la llanura abierta a los sueños más vastos
para anegarme en Ti, en tu paz y en tu fuego,
en el combate inmóvil de tu luz con mi alma.
Y perderme, Señor,
perderme para siempre en ese rincón mío
donde esperan tus manos pacientes y calladas
para ceñirme toda y limpiarme de nuevo,
enjugando en mis sienes el polvo de la vida.
Ya son tuyas mis noches. Largas horas sin eco
en que mi soledad te busca y te reclama.
Pero el día Señor, con su tierno rocío
Y la gracia fecunda que estremece la tierra...
El día y su murmullo de creación constante,
las mañanas hirvientes de contactos humanos
y esas tardes tan llenas de inquietud y deseo
que arrastran el pecado de sus nubes cansadas...
Séllame las pupilas con tus dedos de nieve;
apaga con tu soplo la brasa de mi carne.
¡Que pase junto al árbol y viva bajo el cielo
inmutable serena, tendida hacia lo tuyo!
(Ernestina de Champourcín)
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